Jorge García Cárdenas

Un avión, un destino




En cualquiera de nuestros universos, aquellos que cada ser vivo imagina y que por costumbre algunos mortales hacen coincidir, las vacaciones crean esa simple sensación de libertad que postergamos a unos pocos días al año. 

En estas época muchos salen pitando a un sitio conocido donde poder compartir experiencias, otros simplemente huyen y es allí donde me gustaría detenerme. No por creer que vayas a leer algo trascendental o que te salvará de una crisis sino que huir en ocasiones puede causarte desasosiego como a mi me lo está resultando ahora. 

No os equivoquéis compartirlo con mi pareja es lo mejor que me puede pasar y como suele ser en estas cosas, en un par de días se me pasará pero mi mente me lleva a una sensación extraña. Medio síndrome del impostor medio ansiedad por no haber cerrado los temas como debería ser para mi nivel de autoexigencia y calidad. 

Me ha quedado por hacer una cosa en el trabajo y no paro de pensar que debería hacerlo cuando llegue al hotel de mi destino. 

Y esto me hace preguntarme, ¿exceso de responsabilidad o equivocación social?

Lo primero siempre lo he sufrido, creo que querer hacer todo bien y que nadie empeore su día a día con las cosas en las que aporto es una cima muy alta para mi ansiedad. Lo cierto es que pensándolo mejor es posible que esto no sea ansiedad sino un poco de depresión pero esos términos son muy concretos para entenderlos en su multidimensional así que por acertar más con la sensación del sentido común, digamos que lo mío es una equivocación de terminología social, lo que creo que es, no es y lo que es, no lo comparto. 

Un ejemplo claro de esto es la diferencia entre ayudar con desinterés e intentar complacer a todo el mundo con simplemente pasar haciendo cosas en 8 horas de trabajo. ¿En cuántas horas de tu trabajo realmente ayudas con tu esfuerzo a los demás o al funcionamiento de la empresa? Creo que si lo analizamos de forma objetiva, pocas. En dos horas podrías terminar de producir, el resto lo compartes con las reuniones, hablar con el compañero de lo que pasa en la vida y cumplimentar excels para justificar el trabajo. Eso, querido lector es lo que hacemos durante nuestra jornada, engañarnos para no sentirnos pobres de apoyo, simple hormiga mermada por mucho azúcar.

Creer que mi trabajo no está acabado es equivocarme al pensar que soy imprescindible y por eso, como reflexión final deberíamos pensar si nos merece la pena tener esa sensación al ir de vacaciones. ¿Somos justos con nosotros mismos si creemos que nos equivocamos para con los demás?